Tolerancia y Respeto

Pörksen: ¿No existe una forma menos peligrosa y fanática de manejar la convicción de ser uno el que sabe lo que está pasando?

Maturana: Todo depende de las emociones del que se encuentra en una relación con otro. Si le respeta, el hecho de representar distintas opiniones abre la oportunidad de una conversación fructífera, un intercambio exitoso. En cambio, si no le respeta y exige su rendición, las opiniones divergentes se convierten en motivo de negación.

Pörksen: Sin embargo, cuando uno se entrena, como usted propone, para aceptar la multitud de formas de vida y sentirse en casa en un multiverso, no desaparece la obligación de optar: no es posible aceptar todo, hay que escoger, decidirse por un modo de vida y volver a restringir la amplia gama de lo posible. Los realistas de la vida cotidiana no se complican con la respuesta, dicen que son las necesidades objetivas que simplemente imponen una opción. Usted por supuesto rechazarla una argumentación así. Por eso, ¿qué criterio propone usted para poder tomar la decisión necesaria?

Maturana: Se hace lo que a uno le hace bien, lo que mantiene y aumenta el propio bienestar. Por ejemplo, alguien que dice que le gustarla aprender cocina. ¿Por qué cocina? "Bueno", dice, "siempre se van a necesitar cocineros, por lo tanto tendré trabajo y me ganaré la vida de manera agradable, y además me encanta cocinar". Si uno escucha atentamente, se dará cuenta que todos sus argumentos tienen que ver con la mantención y aumento de su propio bienestar. Esto no es un llamado al hedonismo, de ninguna manera, pero sí una propuesta de escuchar muy atentamente a las distintas personas que nos cuentan de las decisiones clave de su vida. Quizás el aspirante a cocinero agregará que con esta profesión se puede ganar mucho dinero: pero eso para él no significa más que su bienestar tiene relación con el sueldo.

Pörksen: Este criterio del propio bienestar parece sugerir que uno debiera aceptar cualquier decisión imaginable como proyecto de vida. ¿Exige tolerancia total?

Maturana: La defensa de la tolerancia tiene, desde mi punto de vista, un resabio extremadamente desagradable y es un indicio de estar a favor del camino de la objetividad sin paréntesis: aunque en el fondo le parece indicado rechazar y desvalorizar al otro, el tolerante propone no hacerlo y esperar un poco. Quien tan sólo tolera a otro, lo deja en paz por un tiempo, pero siempre tiene un cuchillo listo a sus espaldas. No le escucha, no le presta verdadera atención, sus propias ideas y convicciones están en primer plano. Aunque el otro está equivocado, uno espera un poco con su liquidación; eso es tolerancia. En cambio, si se sigue el camino de la objetividad entre paréntesis, se enfrenta la cosmovisión del otro con respeto; se está dispuesto a escucharle, a interesarse por su realidad y a aceptar la legitimidad fundamental de esta.

Pörksen: ¿Cuándo se vuelven inaceptables las realidades, incluso para un representante de la objetividad entre paréntesis? ¡En qué circunstancias tiene que terminar el respeto fundamental?

Maturana: El respeto no se acaba nunca; pero si uno entiende que alguien está creando un mundo peligroso y sumamente desagradable – según la propia opinión – entonces va y actúa y procede contra esa persona, porque uno no quiere vivir en un mundo así. Esta fundamentación diferente del propio actuar me parece decisiva: uno no se remite a una realidad o verdad trascendental para fundamentar su actuar, sino que actúa con plena conciencia de la propia responsabilidad. Porque a uno no le gusta y no quiere ese proyecto de mundo que le pintan, se activa y rechaza a una persona de forma responsable o se separa de él en respeto reciproco.

Pörksen: ¿Puede precisar más esta distinción poco usual de tolerancia y respeto que acaba de proponer? Porque normalmente ambos conceptos son usados como sinónimos.

Maturana: Cierto, pero es un error garrafal. Quizás un ejemplo ayude: Churchill tenla gran respeto por Hitler, y por eso pudo darse cuenta de lo que Hitler planeaba, y combatir al nacionalsocialismo. Chamberlain en cambio enfrentó a Hitler con enorme tolerancia, y por eso fue incapaz de juzgarlo realistamente y firmó acuerdos totalmente descabellados con el hombre.

Pörksen: Por lo tanto, ¿esta actitud de respeto también podría llevar a que uno en algún momento se decida – con plena conciencia de la propia responsabilidad – a tomar el fusil?

Maturana: Por supuesto. Uno quizás lea Mi Lucha y se dé cuenta de que en ese libro Hitler expone sus ideas y objetivos con gran sinceridad. Entonces tendrá que decidir si realmente quiere apoyar el mundo que aquí se describe y el programa que se revela. Es el respeto por la realidad del otro lo que permite una evaluación exacta y un actuar consciente: primero se escucha, luego se decide. El que tolera a su enemigo, digo yo, no lo ve, porque sus convicciones enturbian la propia percepción, en cambio el que respeta a su enemigo es capaz de conocerle y entonces, si pareciese necesario, también de combatirlo.

Pörksen: Me pregunto cómo abogar por este respeto fundamental de una manera que no apunte a la sumisión. Porque si usted es consecuente no puede obligar a nadie a compartir sus ideas. ¿Qué hacer cuando no existen las opciones de coerción y manipulación? ¿Cómo trata de convencer?

Maturana: No trato de convencer. Algunas personas, cuando se enfrentan a mis ideas, empiezan a enojarse conmigo. Eso es completamente aceptable. Nunca procurarla corregir sus puntos de vista para luego imponerles los míos. En cambio, otros se sienten tocados por lo que he publicado en las últimas décadas porque sienten que tiene que ver con sus propias vidas. No se quedan entonces con la lectura sino que asisten a mis conferencias donde los invito a seguir mis pensamientos. Lo único que me queda es la conversación con el otro, siempre que éste la busque y desee. Doy conferencias para los que me quieran escuchar, escribo artículos y libros, y colaboro con mis estudiantes. Y un día de repente llega un joven de Alemania a Chile y quiere conocer más detalles.

Pörksen: Dice que invita a sus auditores. Sin embargo, una invitación tiene una desventaja decisiva cuando hay urgencia de actuar: por definición incluye el derecho a rechazarla. El que decreta leyes y formula imperativos dispone en cambio de una tremenda ventaja en el tiempo; si tiene el poder necesario, puede imponerse rápidamente y orientar al instante a los demás sobre sus objetivos. Las invitaciones a veces simplemente toman mucho tiempo.

Maturana: ¿Cuál sería la alternativa? ¿Quiere que encierre y encadene a alguien para enseñarle las maravillosas ventajas de la libertad? ¿Puedo obligar a alguien a rechazar la coerción? Una táctica así no funciona jamás. Mi opinión es que también las así llamadas leyes e imperativos éticos destruyen la posibilidad de reflexión: privan el actuar responsable de su fundamento, exigen la sumisión, y por ende, mirándolo bien, son otra palabra para tiranía. Se le puede mostrar a una persona lo que significa escoger tal o cual ideología o forma de vida; se le puede hacer ver las posibles consecuencias que conllevan sus convicciones y acciones, pero eso es algo completamente distinto a obligarlo a algo y a comprometerlo con más o menos violencia a un modo de ver las cosas.

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