Consideraciones desde el margen
Pörksen: Si por un momento nos fijamos en la cronología, nos estamos acercando al final de los años 60: época de rebelión de París a Berkeley. Estalla la guerra de Vietnam y empiezan las protestas estudiantiles. ¿Cómo vivió usted esta fase de la historia en Chile?
Maturana: A pesar de masivas criticas de parte de mis colegas, y a pesar de que ya tenla estatus de profesor asistente, participé en las protestas que comenzaron en la Universidad Católica y que luego se propagaron. Un día, los estudiantes ocuparon la facultad de medicina, y yo, cuando me vi confrontado con la ocupación, les pedí que me permitieran alimentar a mis animales de laboratorio y después tomar parte en sus asambleas. En estas reuniones, que pretendían debatir el futuro de la universidad, pronto me di cuenta que nadie tenla una idea clara acerca de qué era lo que habla que hacer. Finalmente, pedí la palabra y propuse una discusión de la formación académica en tres etapas: el primer día, propuse, estarla dedicado exclusivamente a la critica, y en la tarde se juntarían los resultados en una sesión plenaria, el segundo día estaría dedicado a los propios deseos y metas, y durante el tercer día se tratarla de conversar su posible realización. Los profesores entonces me declararon agitador político, en cambio los estudiantes me consideraron uno de los suyos y estuvieron entusiasmados. Durante tres días estuvimos escuchándonos, desarrollando planes comunes de una manera seria y a la vez alegre, y resultó una cooperación que finalmente duró todo un mes. Fue una experiencia fantástica porque los clichés políticos – ¡un comunista!, ¡un liberal! – empezaron a disolverse lentamente. A mí, esa época me enseñó cómo se actúa escuchando, cómo en el transcurso de varias sesiones va cambiando la forma de escuchar, y en qué momento puede ser oportuno intervenir en una discusión.
Pörksen: Usted más de una vez tuvo contacto con personas que en los años 60 y 70 formaron parte de la élite de la rebelión o la vanguardia de la nueva forma de pensar. El critico cultural Iván Illich lo invitó a Cuernavaca en México, el místico zen moderno y psicotécnico Werner Erhard lo convidó a California, y también dictó clases en el instituto Naropa del maestro tibetano Chongyam Trungpa en Boulder (Colorado). ¿Diría que el clima intelectual de los años 60 y 70 – esa búsqueda vehemente de autonomía en las esferas de lo político y lo privado – le impresionó? ¿O fue más bien una colección casual de ocasiones para conferencias?
Maturana: Diría que fueron más bien casualidades, invitaciones que recibí, a veces también por intermedio de amigos. En ningún caso fueron experiencias particularmente trascendentes. Si bien en el instituto Naropa me pidieron que dirigiera un seminario, siempre mantuvieron una cierta distancia frente a mis ideas, porque lo central era la psicología budista o tibetana. Cuando me invitó Werner Erhard, la idea era que familiarizara a un círculo relativamente pequeño de sus colaboradores con la biología de la cognición y asistiera a uno de sus cursos y le redactara un informe al respecto. Eso hice. Tampoco el tiempo con Iván Illich en Cuernavaca fue determinante para mí.
Pörksen: ¿Por qué no? En realidad sorprende.
Maturana: Debe saber que nunca en mi vida pertenecí a ningún grupo ni partido político. A los once años abandoné la iglesia católica porque en vista de tanto sufrimiento empecé a considerar que Dios era injusto. ¿Cómo un dios omnipotente, omnisapiente y bondadoso podía permitir las innumerables injusticias que veía? Su bondad se contradecía, constaté, con la omnipotencia y omnisapiencia que se le atribula. Desde esta autoexcomunión, ya no me siento parte de ninguna religión determinada. Nunca pertenecí a la organización de Werner Erhardt, tampoco ingresé a la hermandad tibetana en Boulder, y tampoco me entiendo como budista ni como seguidor de las ideas de Iván Illich. Esto no lo digo en son de crítica o peyorativamente, pero de cierta forma siempre he estado al margen.
Pörksen: Estaba ahí, pero en el rol de observador.
Maturana: Quizás deberla describirme más bien como una especie de parásito. Ahí estaba, escuchaba, representaba mi asunto, pero sin ser parte de la organización o religión. Un insider en cambio se hace amigo de todas las personas importantes, adopta su cosmovisión, y se convierte en miembro del grupo o partido cuya causa luego defiende.
Pörksen: ¿Pero no es el insider más feliz que el otro? La vida del marginal necesariamente tiene algo de solitaria. Le falta un lugar de pertenencia.
Maturana: No necesariamente, porque a lo mejor lo encuentra en su propio interior.
Pörksen: ¿Cómo llama usted aquel lugar?
Maturana: Autonomía, respeto por uno mismo.
Pörksen: ¿Cuáles son las ventajas de que goza un outsider? ¿Qué no se le puede herir?
Maturana: Eso diría. Y hace su vida como quiere, sin la presión de tener que defender un principio. No se siente comprometido con ninguna ideología y tiene la posibilidad y libertad para reflexionar. Un outsider participa sin prejuicios y precisamente por eso puede darse cuenta de lo que ocurre frente a él. Esas son las ventajas que tiene frente al insider.
Pörksen: La postura que acaba de explicar ¿es una predilección casual o más bien la expresión de una teoría transformada en existencia viva? Me parece que esta actitud distanciada frente a lo dado, es una corriente que subyace a todo su pensamiento. Describe, sin participación directa, sin complicidad con lo concreto, las condiciones de posibilidad que son el fundamento de todo conocimiento.
Maturana: Correcto. Y quien adopte este rol de observador distanciado, deberla estar en condiciones, lo más desprejuiciadamente posible, de tener una mirada triple. Debe poder mirar al interior del sistema y detectar sus componentes y las interrelaciones de estos, pero al mismo tiempo necesita estar consciente de cómo se presenta el sistema completo en el dominio de las interacciones, y cómo éste dominio a su vez se comporta en relación al dominio de las operaciones internas de un metadominio. ¿Qué se ve cuando se está observando de este modo? Por supuesto que uno no reconoce ningún hecho objetivo, eso está claro, pero sí desarrolla una comprensión adecuada.
Pörksen: Pero también podríamos interpretar esta mirada distanciada del observador como un signo de indiferencia.
Maturana: El que hace eso está etiquetando esta actitud con un tinte emocional. Ataca la indiferencia y quizás exija pasión y entrega. Desde mi punto de vista, sin embargo, el observador practica una forma de participación que no puede ser clasificada ni como indiferente ni como apasionada. La clave está en no dejarse llevar por las propias ambiciones ni por el deseo de un resultado determinado. Gracias a esta actitud, el observador estará en condiciones de percibir algo, porque el que quiere ver y entender algo debe dejar primero que ese algo ocurra y se manifieste. El lema para una percepción que permite comprender, y que se funda en el amor, es Let it be!
Fig. 13: "A las palomas, con las que experimenté en el laboratorio, les di las gracias. Fue una especie de ritual, una ayuda para mí que me permitió mantener la conciencia del propio hacer. Para la muerte de estos animales no había una justificación trascendental. No se trataba de la verdad, el progreso científico, el bienestar de la humanidad o algo parecido. Lo que infligí a las palomas para entender el sistema nervioso, es responsabilidad mía".
Pörksen: ¿Hay algún ejemplo de su vida de investigador que nos grafique esta actitud de outsider?
Maturana: Le quiero contar una pequeña historia: Un día decidí que quería aprender a volar, ya que en el laboratorio estudiaba los procesos visuales de las palomas y quería entender cómo estas aves viven el mundo cuando están en su elemento. Cuando aparecí en la escuela de planeadores e hice el curso de piloto, nuevamente estuve en el rol del outsider ya que no participaba en las conversaciones normales del aeródromo. También mi motivación parecía rara y extrañamente absurda: ¿quién quiere entender a una paloma?
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