IV. MUNDOS DE LA CIENCIA

El paradogma

Pörksen: Durante todos esos años de dictadura usted siguió siendo un científico de fama creciente, sobre todo a partir de mediados de los ochenta. ¿Cómo sintió, preguntando de manera muy general, el eco del mundo científico? ¿Qué recepción tuvieron sus trabajos? En un ensayo de Francisco Varela se puede leer que – cuando sus primeros trabajos estaban listos para ser publicados – primero se encontró con un rechazo total; nadie quería imprimir sus textos.

Maturana: Tan terrible no fue. El primer artículo se lo envié directamente a Heinz von Foerster, con cuya ayuda salió en 1974 en Biosystems. Por supuesto que hubo una fase de incomprensión, pero eso de ninguna manera fue un problema para mí. Cuando por primera vez hablé de autopoiesis en la Sociedad de Biología, después de la conferencia se me acercó un amigo y me preguntó: "¿Qué te pasa, Humberto, estás enfermo?". Que muchos científicos al comienzo no estuvieran interesados en lo que yo presentaba, me daba bastante lo mismo, para ser sincero. Y la crítica hacia mi trabajo en ningún momento significó un problema para mí, ya que siempre pude demostrar por qué las distintas objeciones y argumentos no eran concluyentes. Un día por ejemplo, un colega me dijo que quizás en otras partes del cosmos podrían existir sistemas vivos totalmente diferentes a los conocidos por nosotros. ¿"Cómo quieres saber", le repliqué, "que son sistemas vivos, si son completamente distintos? Mi tema es acerca de lo que todos los sistemas vivos tienen en común". Esto no es un simple enunciado escolástico, sino que un argumento epistemológico impecable.

Pörksen: El paradigma habitual de la ciencia normal es sin duda el realismo: una mayoría al interior de la comunidad científica sigue creyendo en un mundo que existe en forma independiente del observador, cuyos rasgos somos capaces de develar, aunque sea paso a paso. Un paradigma como éste tiene muchas veces, en las palabras del filósofo Josef Mitterer, la forma y rigidez de un paradogma: en la historia de las ciencias hay numerosos ejemplos de cómo opiniones impopulares son marginadas, sus representantes etiquetados de poco científicos o lisa y llanamente ignorados. ¿Nunca le molestó esta variante de la exclusión, con la que ocasionalmente también se encontró en su camino?

Maturana: No, nunca me importó porque no me considero un científico revolucionario o protagonista de una teoría new age que quiere luchar contra cierto paradigma de la investigación científica. Jamás busqué el reconocimiento o tener una comunidad de admiradores. De ninguna manera me alteró o inquietó la posibilidad de que mis trabajos quizás no fuesen comprendidos o recibidos con interés. Esa historia no vale para mí. Siempre he sido y sigo siendo un científico sin compromisos, que simplemente se deslizó por los años de dictadura, cuidando y también confiando en poder entregar un trabajo impecable y sin errores lógicos. That's it!

Pörksen: ¿No le irritaban las críticas y miradas soslayadas de colegas y amigos? Cuando hace poco menos de un afio aparece por primera vez en su laboratorio de Santiago, pasó algo curioso: cada vez que a usted lo llamaban al teléfono y teníamos que interrumpir la conversación, se me acercaba uno de sus colegas y me decía: "Está perdiendo su tiempo aquí. Lo que cuenta son los hechos. Olvídese del observador".

Maturana (ríe): Sé a quién se refiere. Bueno, así es. Algunas personas no saben qué hacer con mis ideas, las encuentran inaceptables, pero no están en condiciones de rebatirlas. A veces, cuando quieren criticarme, también me dicen que en realidad soy un filósofo, un poeta, un místico. Y así por el estilo. La idea de estas etiquetas es neutralizar mis reflexiones y no tener que ocuparse más de lo que estoy diciendo. Por supuesto que respeto profundamente a mis colegas, pero la mala o buena opinión que otros pudieran tener de mí, de ninguna manera es determinante para mí. No me afecta. Cuando soy criticado o también alabado, me pregunto: ¿Cuál es el fundamento de ese juicio? ¿En qué sentido me siento comprendido por él? ¿Comparto las razones que fundamentan la critica o alabanza?

Pörksen: Acaba de insinuar que una pregunta recurrente en cuanto a usted es: ¿resulta más comprensible si se le entiende más como filósofo o más como científico? Esta inseguridad en cuanto a la clasificación de sus ideas se refleja también en una pequeña anécdota: los letreros de su instituto muchos años decían Instituto de Neurobiología, luego podía leerse Epistemología Experimental, finalmente, en algún momento apareció la combinación Neurofilosofía. Mi pregunta ahora es: ¿Cómo se describirla usted mismo?

Maturana: Quizás lo más cercano sería caracterizarme como un filósofo humanista, el cual – provisto del conocimiento de la época moderna – retrocede nuevamente a la etapa previa a la separación de ciencias naturales y filosofía. Cuando Galileo distinguió filosofía y ciencias, separó – como yo diría – teorías con las que se pretende mantener y preservar cosas diferentes: en las teorías filosóficas se trata en último término de mantener los principios. Experiencias que no sirven para sostener estos principios son consideradas sin importancia, desechadas, desatendidas. En cambio, la meta de las teorías científicas es mantener la coherencia con lo empírico, por lo tanto, son los principios los que se pueden liquidar, y de ese modo nace una teoría científica. Por supuesto que Galileo no describió esa distinción con estas palabras, pero con la separación de hecho que realizó, los filósofos, que se dedican a reflexionar guiados por principios, perdieron el contacto con el mundo experiencial. Yo, en cambio, en mi trabajo vuelvo a unir la reflexión filosófica — vale decir, la reflexión sobre las bases del propio actuar — con las ciencias o la teorización científica.

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