La impotencia del poder
Pörksen: Leyendo sus trabajos sobre teoría sistémica y biología del conocimiento, uno siempre aprende algo sobre la autonomía del individuo, sobre su manera específica de ver el mundo y moverse en él. Usted afirma que cada ser humano, en su manera de conocer y actuar, obedece a leyes completamente suyas, vale decir, es un sistema estructuralmente determinado. Este enfoque pone límites muy estrechos a una idea de control directo y lineal. Pero, ¿acaso el ejercicio del poder y la coerción en las dictaduras no es un ejemplo clásico que muestra precisamente hasta dónde es posible manejar y determinar externamente a las personas?
Maturana: No, no es así. Ya que he vivido en una dictadura sé de lo que estoy hablando. Extrañamente, el poder nace de la obediencia. Es la consecuencia de un acto de sumisión que depende de las decisiones y estructuras del que se somete. Haciendo lo que pide aquel que se presenta como dictador, se le concede poder. Uno le da poder a otro ser humano para conservar algo – la vida, la libertad, la propiedad, el lugar de trabajo – que en caso contrario perdería. Yo afirmo: El poder nace de la obediencia. Si un dictador o cualquier persona me apunta con su fusil y me quiere obligar a ejecutar cierto acto, soy yo quien tiene que decidir: ¿Quiero darle poder a esa persona? Quizás sea útil cumplir durante algún tiempo sus exigencias, para después vencerlo en un momento propicio.
Pörksen: Lo que usted acaba de decir ¿vale también por ejemplo para la dictadura nacionalsocialista? ¿El terrorismo de la Gestapo empoderó a Adolfo Hitler? ¿O fue la gente la que decidió obsequiar el poder a un pintor austriaco de tercera categoría?
Maturana: Fue una decisión consciente o inconsciente de la población que le dio poder a Adolfo Hitler. Cada uno de aquellos que no protestaron decidió no protestar, decidió someterse. Supongamos que aparece un dictador que asesina a todos los que no se le someten. Supongamos que la gente de su país se niega a hacerle caso. La consecuencia: asesina y asesina. Pero, ¿hasta cuándo? En el peor de los casos seguirá asesinando hasta que todos estén muertos. Entonces, ¿qué pasa con su poder? Se desvanece.
Pörksen: ¿Cómo quiere que se entienda esta reformulación de la relación entre poder e impotencia? ¡Es una proclama idealista, un llamado a la resistencia? ¿O realmente cree lo que está diciendo?
Maturana: Hablo completamente en serio. Sostengo que uno siempre hace lo que quiere, aunque afirme que en el fondo está actuando contra la propia voluntad y por obligación. En ese caso, uno actúa motivado por las consecuencias de los propios actos, aunque de momento quizás no le guste lo que está haciendo.
Pörksen: ¿Puede ilustrar esta consideración con un ejemplo?
Maturana: Nadie puede obligarte a matar a otra persona, pero es posible que decidas salvar tu propia vida y por eso le dispares. La afirmación de que lo hiciste obligado es una excusa que oculta el motivo que consiste en seguir viviendo incluso a costa de la propia sumisión. Si en esa situación una persona decide no matar a otro, puede ser que de todos modos se escuche un disparo: éI mismo muere asesinado, pero muere con dignidad.
Pörksen: ¿Diría que en el fondo no hay víctimas?
Maturana: En un sentido estricto, sí. Una víctima se desprecia a sí misma porque dio poder a otro yen un acto de sumisión negó su autonomía. En la caracterización de uno mismo como víctima, los procesos de fondo que originan el poder se hacen invisibles.
Pörksen: Como se sabe, también el dictador chileno Pinochet hizo desaparecer, torturar y asesinar a muchos de sus opositores. ¿Qué conducta adoptó usted cuando Salvador Allende muere y el experimento socialista llega a su sangriento final?
Maturana: Tomé la decisión de fingir para poder seguir viviendo y estar en condiciones de proteger a mi familia y a mis hijos. Al mismo tiempo trataba de moverme y actuar de una manera que ayudara a evitar riesgos para mi dignidad y autoestima. Evitaba ciertas situaciones, respetaba el toque de queda, ya no discutía ciertos temas en la universidad... Cuando llegaron los soldados y me pidieron levantar las manos y ponerme contra la pared, levanté las manos y me puse contra la pared. Pero entonces yo tenla completamente claro que habría un momento en que ya no estarla dispuesto a darle poder al régimen del dictador.
Pörksen: ¿Quiere contarnos una situación determinada?
Maturana: Un día, fue en 1977, me detuvieron y me llevaron a la cárcel. La razón era que habla dictado tres conferencias. La primera trató del Génesis y pecado original: afirmé que Eva, que comió de la manzana y se la pasó a Adán, podría ser un ejemplo. Fue desobediente y su rebelión contra el mandato divino sentó las bases para el autoconocimiento del ser humano y la responsabilidad por sus actos, para la expulsión del paraíso que es el mundo sin autoconocimiento. En la segunda conferencia hablé de San Francisco de Asís: su manera de percibir a los humanos denota, según mi opinión, un respeto tan profundo que hace imposible seguir viéndolos como enemigos. Y agregué que cada ejército primero necesita transformar al otro en un extraño y enemigo, porque recién entonces estará en condiciones de maltratarlo y matarlo. La tercera conferencia estuvo dedicada a Jesús de Nazaret y el Nuevo Testamento: ¿Cómo se convive, les pregunté a mis auditores, si se actúa sobre la base de la emoción del amor?
Pörksen: ¿Qué pasó exactamente después de la tercera conferencia?
Maturana: Pocos días después me encerraron y me trataron como a un detenido. Dijeron que querían interrogarme. En algún momento entró alguien, gritó mi nombre y dijo: "Usted es el profesor Maturana?". Cuando escuché eso pensé que siempre seguirla siendo un profesor, incluso si esta gente me asesinaba. El estatus de profesor era el escudo que me hablan concedido. Después me llevaron a una sala donde habla tres hombres sentados. Me senté e hice la pregunta: "¿En qué sentido he infringido la declaración de principios del gobierno militar?" O sea, fui yo quien empezó el interrogatorio y de esta manera cambió las reglas del juego; no diría que manipulé a esa gente, pero el interrogatorio tomó un curso que me permitió mantener mi dignidad y autoestima. Seguí actuando como un profesor y traté de invalidar los cargos que me hacían. Les di una conferencia sobre teoría de la evolución a estos señores y les expliqué por qué nunca acabarían con el comunismo si perseguían a los comunistas. Habría que cambiar las condiciones, les dije, que son las que nutren al comunismo. Los tres hombres me escucharon con creciente asombro. Cuando quieran, les hice saber, podían invitarme a darles una conferencia. Después me llevaron de vuelta a la universidad.
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