Teoría sistémica como cosmovisión
Pörksen: El concepto de la autopoiesis no sólo ha hecho furor en la ciencia y entre los seguidores de Erich Jantsch o Niklas Luhmann, sino que también está ganando adeptos en los círculos new age. Me parece que en este momento se puede observar un cambio de paradigma entre los teóricos o portavoces de esta corriente: antes uno se interesaba por la nueva física y la danza de los átomos. El físico Werner Heisenberg (descubridor del principio de la indeterminación), y el buda, tenían – según se decía – más o menos la misma opinión sobre la esencia del ser. La mixtura religiosa que salto de eso podríamos llamarla teología cuántica. Pero hace algún tiempo, los discípulos del new age escogieron como gurús a Gregory Bateson, Francisco Varela y a Humberto Maturana. Los protagonistas de este mundillo – Capra & Cía. – desarrollan una mezcla bastante explosiva de espiritualidad y ciencias, un tipo de teología de redes, destinada a fundamentar una veneración del nexo científicamente autorizada.
Maturana: De lo que estamos hablando ahora es del problema del reduccionismo, tan típico de nuestra cultura. Si mira un momento por la ventana, verá una pareja de jóvenes besándose. ¿Qué está pasando ahí? La respuesta es que sea lo que sea que está pasando, está pasando en el dominio de las relaciones humanas. Por supuesto, podemos constatar que en este intercambio de caricias intervienen hormonas y neurotransmisores. Por supuesto que es posible hablar de procesos sistémicos. Todo completamente correcto. Pero lo que pasa entre estas dos personas, el sentimiento de amor, no se agota con una caracterización así, no es posible de reducir a hormonas, neurotransmisores y procesos sistémicos. Se trata del devenir de su relación que configura el devenir de su actuar. Si ahora Fritjof Capra y otros desarrollan una teología cuántica o una teología de redes y empiezan a venerar sistemas o redes, entonces piensan y argumentan de forma reduccionista. La cosa pierde nivel y se desdibuja. Ya no están hablando de moléculas discretas, sino solamente de sistemas que elevan a nuevos altares. Eso por supuesto también es reduccionismo. Lo que yo hago se diferencia fundamentalmente de ese tipo de enfoque, ya que en mis descripciones conservo y considero la diferencia de distintos dominios fenomenológicos, y se distinguen las dimensiones de moléculas, sistemas, relaciones, etc. Todos estos distintos dominios constituyen a su vez fenómenos distintos.
Pörksen: Aunque no tengo muchas ganas de defender al new age, podría decir que el interés de ellos por su trabajo no es mera casualidad. La tesis de que todo conocer pasa por el que conoce, también puede interpretarse como fin de la división sujeto-objeto, como relatan muchas experiencias espirituales y místicas.
Maturana: En las vivencias místicas, según mi opinión, no tenemos que ver con la experiencia de trascendencia en un sentido ontológico, sino que siempre tratan de una expansión de la conciencia y una intensa sensación de participación: se toma conciencia de la armonía con otros seres humanos, el cosmos, la biósfera, etc. En cambio, cuando hoy se habla de espiritualidad, normalmente se refiere a una experiencia que ofrece algún insight ontológico y conocimiento de la verdadera naturaleza. Pero yo sostengo que por principio tales conocimientos son imposibles. Nada que sea susceptible de ser descrito, es independiente de nosotros.
Pörksen: Usted mismo ¿ha tenido experiencias que puedan ser consideradas en este sentido como vivencias espirituales?
Maturana: Como le conté, en mi juventud enfermé de tuberculosis pulmonar. Después de haber estado postrado más de siete meses, un día volví al liceo para ver si podía terminar el año sin tener que repetir el curso. Fue en diciembre, y – todavía convaleciente – escuché una disertación que mis compañeros habían preparado sobre los peligros de la tuberculosis. Describían los terribles riesgos de esta enfermedad, y las en esos años muy escasas posibilidades de terapia. Mientras escuchaba, sentí que me estaba desmayando y decidí observar el desmayo que se avecinaba. Cuando volví en mí, estaba en el centro de la sala y escuché la voz de mi profesor. Me dijo que estaba verde y quería saber qué me habla pasado.
Pörksen: ¿Y qué le había pasado?
Maturana: Le cuento como viví esa experiencia. Justo cuando me preparaba para observar el inminente desmayo, perdí toda sensación de mi cuerpo. Ya no tenla cuerpo, sin embargo estaba consciente que todavía existía y que poco a poco – como un humito que se difumina suavemente en el espacio – desaparecía en un esplendoroso cosmos azul. Mi sensación era que me estaba diluyendo en ese azul maravilloso, que me fundía y hacia uno con todo. Y de repente todo habla pasado. Me dolía la cabeza, me sentía mal, escuché la voz de mi profesor y regresé. ¿Qué significa, me preguntaba, esta maravillosa experiencia? ¿Vi a Dios? ¿Se trató de una experiencia mística? ¿O estaba camino ala muerte? En las próximas semanas y meses leí los pocos libros que habla en esa época sobre experiencias de muerte cercana y estudié la literatura médica y mística. Me di cuenta que con las diferentes interpretaciones me movía por un filo muy delgado. Si leyera los libros médicos y daba crédito a lo que decían, sabía lo que era morir y los efectos de la falta de irrigación del cerebro. En cambio si creta en la literatura mística, mi vivencia fue un encuentro con Dios y una identificación con la totalidad de la existencia. En ese momento opté por el enfoque médico y la interpretación del hecho como experiencia de muerte cercana.
Pörksen: Estas dos interpretaciones, ¿son realmente tan diferentes?
Maturana: En todo caso fue una experiencia que cambió mi vida. Y ese cambio y el elemento de ampliación de conciencia agregaron a mi experiencia la dimensión espiritual, mística, que no tenla tan presente cuando joven, porque entonces pensaba que tenía que decidirme por una de las interpretaciones. Perdí el miedo a la muerte, dejé de estar apegado a las cosas y de identificarme con ellas más allá de lo razonable, ya que en el encuentro con la muerte viví la unión con el todo. Me volví más reflexivo y menos dogmático. Eso no significa que ahora quiera describirme como un ser iluminado que está por sobre cualquier tentación, en absoluto. Pero esa experiencia fue tajante, existencial. Todo es efímero, me quedó claro, es sólo una transición. No hay nada que defender, nada que mantener.
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