Por qué el sistema nervioso es cerrado
Pörksen: Fue una situación típica que conocen todos los que alguna vez han querido probar una hipótesis. En un caso así, uno puede simplemente seguir, cambiar sus suposiciones dentro del marco dado, o también desarrollar una hipótesis distinta y completamente nueva. Usted ¿qué hizo?
Maturana: Primero pensé que mis registros todavía no eran lo suficientemente precisos y traté de mejorarlos, o sea trabajé en el afinamiento de los instrumentos de medición. Mis tests consistían en lo siguiente: les mostraba láminas con colores a las palomas y registraba su actividad retinal mediante finos electrodos. Pero por muchos experimentos que hacia, el resultado era que todas las células reaccionaban más o menos igual frente a todas las combinaciones de espectros. De las mínimas diferencias de reacción no se podía deducir una correlación entre las actividades de determinadas células o grupos de células y la composición espectral de los colores. Las mínimas diferencias de las reacciones no eran significativas.
Pörksen: Si uno compara este experimento sobre la percepción del color de las palomas con la extraña conducta de la salamandra operada, uno se encuentra con la misma situación: se trata de determinantes externos – objetos coloridos o gusanos que se mueven – y sus efectos internos.
Maturana: Ese es el punto. Y se evidencia que cada experimento encierra una forma especial de ver las cosas, toda una epistemología o cosmovisión, una gama de expectativas y premisas que guían el proceder. Pero un día me di cuenta que mis expectativas probablemente nunca se cumplirían ya que simplemente no se podía probar una correlación entre el estimulo externo y la reacción interna. Recién entonces empecé a entender realmente los experimentos de Roger Sperry y su epistemología oculta, y a comprender al sistema nervioso de un organismo como cerrado. Y ese fue el momento crítico que reorientó completamente mi pensar.
Pörksen: ¿Qué gatilló exactamente este cambio de su enfoque? ¿Cuál fue la razón? También podría haber aceptado la falsificación de la hipótesis original y haberse dedicado a otro tema.
Maturana: Pero precisamente no pasó eso, sino que di un giro que excedió el marco todavía aceptable de un cambio. El camino tradicional de una modificación mínima de las propias suposiciones y procedimientos habría consistido en seguir afinando los instrumentos de medición y hacer más y más experimentos, para algún día quizás llegar a resultados aprovechables. Pero yo hice algo completamente nuevo, algo que llevó a que varios de mis colegas de universidad empezaran a dudar seriamente de mi cordura. Quizás, me dije, deberla investigar la pregunta aparentemente curiosa si existe una relación entre la actividad retinal y el nombre del color que designa una determinada experiencia, vale decir, si se puede probar la existencia de una correlación interna entre las actividades de la retina y la experiencia, entre determinados estados de actividad del sistema nervioso. La consecuencia fue una modificación trascendente del objetivo de la investigación y del enfoque tradicional. De repente me encontraba fuera de la tradición de la investigación de la percepción. De repente aparecieron preguntas epistemológicas: ¿Qué significa conocer cuando uno concibe al sistema nervioso como cerrado? ¿Cómo entender el proceso cognitivo?
Pörksen: Pero, ¿no le parece que su idea clave de correlacionar los nombres de los colores con las actividades retinales realmente es un poco extraña? Los nombres de los colores son arbitrarios y no más que una convención.
Maturana: Por supuesto que me tomaron por loco. Llegó a tanto que en mis clases, cuando me daba vuelta para escribir en la pizarra, se reían de mí. Un amigo me lo contó un día. Por supuesto que yo también tenía claro que los nombres son dimensiones arbitrarias, pero también estaba consciente de que usamos el mismo nombre de color para composiciones espectrales muy diferentes; por lo tanto, el nombre del color es un indicativo de nuestra vivencia, indica una experiencia. Se trataba de comprobar que las actividades de la retina o de las células ganglionares retinales están correlacionadas con la experiencia específica representada por el nombre del color. Y eso es lo que pude demostrar.
Pörksen: Entonces ¿qué es un color?
Maturana: No es nada externo sino que algo que sucede al interior de un organismo, y que tan sólo es gatillado por una fuente de luz externa. Un color es lo que se ve, lo que se vivencia. El nombre del color indica una experiencia especial que se tiene en determinadas situaciones, y que es independiente en cada caso de la composición espectral de la luz. Mi enfoque consistió entonces en comparar la actividad del sistema nervioso con la actividad del sistema nervioso, relacionar la actividad del sistema nervioso consigo mismo y considerarlo como cerrado. Ahora se trataba de una correlación interna.
Pörksen: De primeras, también una idea así suena curiosa, extraña. El enfoque clásico dice que el sistema nervioso de un organismo es un sistema abierto: los receptores reaccionan ante estímulos externos, los que son procesados, y como resultado se configura una imagen más o menos exacta del mundo real.
Maturana: El que comparte mi modo de ver y lo acepta como fundamento de sus propias reflexiones, primero tiene que despedirse de una interpretación errónea del concepto de procesamiento de información que en su momento estuvo bastante difundida en la biología pero que no aportó decisivamente a nuestra comprensión del sistema nervioso. Durante mucho tiempo, el credo reinante era que el sistema nervioso de un organismo procesa la información que recibe desde el exterior, para luego generar una conducta adecuada del organismo en cuestión. Es decir, se pensaba que la fuente de información localizada en el mundo exterior modificaba la estructura del organismo de tal manera de poder generar una conducta adecuada en relación con lo que pasaba afuera. Pero esta idea no nos lleva a ninguna parte; el sistema nervioso no funciona así.
Pörksen: ¿Cómo describiría entonces su funcionamiento? ¿Qué pasa desde su punto de vista?
Maturana: Cuando la luz de un objeto, que como observadores describimos como objeto externo, toca la retina, estimula en ella una actividad que está contenida en la estructura de la retina misma (y no en la estructura de la fuente de luz, no en la estructura del mundo). En el sistema nervioso de un organismo, el mundo exterior solamente puede gatillar cambios que son determinados por la estructura del sistema nervioso. La consecuencia es que por principio este mundo exterior no tiene ninguna posibilidad de comunicar su realidad esencial y verdadera al sistema nervioso.
Pörksen: ¿Qué significa eso? ¡De qué manera el descarte de la idea del procesamiento de información nos inspira u obliga a pensar y hablar de manera distinta del mundo exterior, del organismo y del sistema nervioso?
Maturana: Cambia todo el enfoque. Ya no podemos recurrir a aquellas descripciones que pintan al sistema nervioso como calculando la representación de un mundo exterior y procesando la información que recibe desde afuera para generar a partir de ahí la conducta adecuada y la reacción apropiada. El sistema nervioso aparece como una red estructuralmente determinada con su propio modo de operar. Los cambios en él solamente son gatillados, pero no determinados o definidos unilateralmente, por los rasgos y características del mundo exterior. El mismo sistema nervioso calcula sus transiciones de un estado a otro. Quienes comparten esta opinión, en lo conceptual tienen que distinguir rigurosamente entre las operaciones que ocurren al interior del sistema nervioso y los procesos externos, y tener siempre presente que para este sistema nervioso no existe dentro y fuera sino que solamente una danza interminable de correlaciones internas en una red cerrada de elementos interactuantes; interior y exterior existen solamente para el observador, pero no para el sistema.
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