El dinosaurio de sangre caliente

Pörksen: Como podemos leer en un resumen biográfico, en algún momento salió de Chile para seguir estudiando en Inglaterra. Y fue allí donde se encontró con uno de sus profesores, el neuroanatomista J.Z. Young.

Maturana: En 1954 recibí una beca Rockefeller y trabajé con el profesor Young. Cada quince días, me dijo, tenía que escribirle un ensayo sobre un tema que luego discutíamos. Entre las reglas de juego centrales, en las que insistía sin falta, estaba que uno mismo tenla que elaborar la fundamentación de la propia argumentación. Young, como antes mi madre, me enseñó a confiar en mis propias ideas y reflexiones. Un día le llevé un ensayo donde afirmaba que los dinosaurios ya habían sido de sangre caliente. Algunos de mis compañeros se burlaban de mí por esa teoría y me llamaban el dinosaurio de sangre caliente. Mi pensamiento les parecía una herejía absurda, ya que entonces se pensaba que sólo aves y mamíferos, pero no los dinosaurios que son reptiles, podían ser de sangre caliente. Los dinosaurios eran, esa era la doctrina, reptiles y por lo tanto de sangre fría. Hoy sabemos que no es así. Cuando le presenté mis argumentos al profesor Young, estuvo muy interesado y me mandó donde un famoso paleontólogo para analizar con él mi teoría del dinosaurio de sangre caliente. Es decir que él me abrió un espacio de reflexión tranquila, de pensamiento autónomo. Lo que esperaba de uno era un análisis serio y responsable, pero no que uno se adhiriera a tal o cual opinión general o escuela, ciegamente y sin pensar.

Pörksen: Pocos años después se doctoró en biología en la Harvard University y trabajó algunos años en el centro indiscutido del mundo científico, el Massachusetts Institute of Technology (MIT). ¿Cómo sucedió eso?

Maturana: Esa es una bonita historia. Un día invitaron al renombrado neurofisiólogo Jerry Lettvin a uno de los habituales encuentros de mediodía al laboratorio de biología de la Harvard University. Allí presentó una teoría sobre el proceso visual. Pedí la palabra, le contradije y lo invité a mi laboratorio para mostrarle mi trabajo. Justamente estaba terminando mi tesis de doctorado que trataba de la anatomía del nervio óptico y del centro visual en el cerebro de la rana. Lettvin quedó encantado y me invitó a trabajar con él como postdoctorado en el MIT.

Pörksen: Las diferencias de enfoque no fueron una razón para terminar el contacto, sino que formaron la base de su cooperación.

Maturana: Exactamente. Pero antes de empezar a colaborar y a hacernos amigos, le pedí que me diera tiempo para pensarlo, y así me informé sobre él. Las opiniones que escuché en Harvard fueron pocas veces positivas. Jerry Lettvin tenía fama de caprichoso, se decía que no terminaba sus trabajos y que era un poco loco. Pero me gustaba ese hombre alto, tan libre intelectualmente y a la vez tan cálido, y así fue como en 1958 llegué al MIT. Y él por su lado estaba entusiasmado con mi disertación, se la mostraba a todo el mundo y me ayudó a conseguir mi propio pequeño laboratorio de neuroanatomía, un espacio sólo para mí, un lugar donde podía hacer mis experimentos. Normalmente trabajaba ahí hasta alrededor de la una de la tarde, cuando llegaba Jerry Lettvin para preguntarme: "Humberto, ¿cuál de los colegas crees que se alterará más con nuestras observaciones de ayer? ¿A quién deberíamos visitar para hacerlo rabiar un poco?". Yo le daba algunos nombres y acompañaba a este grandioso polemista que nunca perdía una disputa intelectual, a ver al colega que hablamos escogido para ese día. Mientras Lettvin hablaba de nuestro trabajo, yo escuchaba con fruición. Fue un tiempo maravilloso.

Pörksen: Probablemente estuvo muchas veces en el laboratorio de Marvin Minsky, la estrella de la inteligencia artificial. Hasta donde sé, Minsky en esa época ya estaba en el MIT, y dudo que a usted le hayan gustado las teorías del hombre como "sistema elaborador de información" y el proceso del pensamiento como "elaboración de datos". Están en contradicción directa con su acepción de lo que es comunicación, de su descripción del determinismo estructural y de su caracterización de los sistemas vivos. ¿Le influyó — quizás también en el sentido de un ejemplo negativo — el trabajo de Minsky?

Maturana: Podría ser. Cuando en las tardes me iba a casa, necesariamente tenla que pasar frente al laboratorio donde trabajaban los protagonistas de la inteligencia artificial. Entonces caminaba un poco más lento y simplemente ponla atención a lo que estaban conversando. Lo que escuchaba ahí me parecía todo menos plausible. Marvin Minsky y sus colaboradores siempre decían que en sus laboratorios estaban creando modelos de fenómenos biológicos. Eso me parecía completamente absurdo. Lo que esta gente hace, pensaba yo, es algo totalmente diferente: crean modelos fenotípicos de un fenómeno biológico, sin comprender los procesos al interior del sistema que son los responsables de generar y producir justamente ese fenotipo. Y otra cosa que ya entonces me molestaba era el enfoque extremadamente formalista y matemático que tenían. Cada vez que me aparecía por uno de esos laboratorios, me colmaban de teorías, argumentos y fórmulas matemáticas.

Pörksen: ¿Qué es lo que provoca su crítica? ¿Tienden las reflexiones matemáticas a hacer invisible la amplia gama de lo vivo? ¿Se trata por lo tanto de un reduccionismo que usted rechaza por razones estéticas?

Maturana: No. Pienso que un formalismo debiera usarse recién cuando se ha entendido de qué se trata y qué es lo que pasa. El que usa una fórmula expresa su estado actual de comprensión y a su vez abstrae de éste. Se ha entendido y comprendido algo, y mediante este entendimiento de algunas coherencias se construye, valiéndose de un formalismo, una red de relaciones que satisfacen las consecuencias de las coherencias ya entendidas. Por eso diría que mi argumento no es de naturaleza estética, sino esencialmente epistemológica. Un formalismo puede despistar y por ende obstaculizar la comprensión exacta de un fenómeno. Cuando en 1960 un estudiante chileno me preguntó qué fue exactamente lo que pasó hace cuatro mil millones de años para que hoy podamos afirmar que fue el inicio de la vida, de ninguna manera quise repetir el error de configurar un modelo fenotípico de un sistema vivo. En cambio, se trata de investigar qué procesos tienen que ocurrir para que en consecuencia se forme algo que luego podamos llamar sistema vivo.

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