Observaciones de un observador
Pörksen: Un observador que ordene cronológicamente sus teorías y publicaciones, al pasarles revista podrá distinguir cuatro etapas diferentes. Primero trabaja como biólogo, ocupándose en su laboratorio de ranas, palomas y salamandras y publica su Neuroanatomla. Luego desarrolla una bioepistemología que gira en torno ala cuestión de cómo un ser vivo genera y produce su propio mundo. Y finalmente, cuando aparece su critica del ideal de objetividad y del fanatismo de la verdad, sigue un periodo de bioética. Describe cómo la creencia de que uno serla dueño de la verdad, insostenible desde el punto de vista de la biología, lleva a la represión de los que piensan distinto. En la cuarta etapa se ocupa de los fundamentos generales del ser humano, una especie de bioantropología: aquí se trata del amor como base y fundamento de la convivencia humana. ¿Qué le parece? ¿Es acertada esta categorización de sus ideas?
Maturana: Cuando lo escucho así, puedo reconocer estas distintas etapas de mi trabajo, aunque una división así nunca fue determinante para mí. No corresponde a mi vivencia. Diría más bien que siempre anduve con todo un set de preguntas esenciales bajo el brazo, y que desde mi infancia quise entender y comprender la muerte y lo vivo. Y son estas preguntas fundamentales las que me han acompañado durante mis estudios y trabajo de laboratorio, y que me han motivado a buscar una reflexión más profunda. Traté siempre de descubrir cuáles son las razones que llevan a una hipótesis, cuáles son los procesos que constituyen una unidad. ¿Cómo sé que encontré la respuesta correcta a una de mis preguntas? ¿Por qué me gusta una opinión y otra no?
Pörksen: Usted se hizo realmente famoso a mediados de los años ochenta; anteriormente sólo era conocido sobre todo en los círculos de biólogos y cibernéticos. Pero de repente, autopoiesis se convirtió en una palabra de moda universal. De pronto, sociólogos, consultores de gerencia y sicoterapeutas en los más diversos lugares del mundo recogieron sus ideas. A mí, esta popularidad siempre me extrañó un poco, porque a decir verdad, usted es un pensador difícil. Su lenguaje no es fácil de entender, reinterpreta muchos conceptos, inventa neologismos y exige mucho a sus lectores, en resumidas cuentas: de ninguna manera apunta al gran público.
Maturana: No creo que mis consideraciones sean especialmente difíciles de entender, más bien son especialmente difíciles de aceptar. Tampoco corresponde que yo haya inventado muchas palabras nuevas, pero sí me preocupo mucho de usar ciertos conceptos con un significado muy restringido y prescindir de metáforas, porque estas entorpecen y bloquean la comprensión intencionada. Vale decir: el problema de comprensión me parece más bien un problema de aceptación. En la mayoría de los casos, uno cree no estar entendiendo algo, cuando en realidad ese algo le desagrada y preferirla no leerlo o escucharlo. Entonces uno hace preguntas de comprensión con la esperanza de que lo dicho – que uno sí entendió bastante bien pero con desagrado – en la repetición resulte no ser lo que uno entendió, pero rechaza por alguna razón.
Pörksen: Usted decididamente escribe de un modo abstracto, prescinde de metáforas rebuscadas, parábolas e historias personales. Pero ¿no es que también la abstracción invisibiliza al observador? Porque la abstracción desprende la tesis, la cual quizás se debe a una vivencia concreta de aquella vivencia.
Maturana: No estoy de acuerdo con eso. Por supuesto que formulo de forma abstracta, pero son abstracciones derivadas de las coherencias de lo conocible, justamente por eso son comprensibles y estimulan a otros a querer saber más. En cambio, la alternativa de usar historias, imágenes y metáforas, no me convence para nada. No encuentro que sea una buena idea presentar al observador Maturana con sus vivencias personales, y además no quiero hacerlo justamente porque no se trata de la operación de un observador individual, sino de la operación del observar en general. Lo decisivo es comprender que mediante sus distinciones, un observador especifica lo percibido. De eso se trata. Tampoco uso metáforas porque en ellas se confunden dominios: parecen fáciles de entender, pero de hecho dificultan la comprensión. Considero que las metáforas son engañosas, por lo que hace algún tiempo propuse la palabra isófora: son afirmaciones que en sí mismas constituyen un ejemplo de lo que en ese momento se está analizando o describiendo. Son afirmaciones que a su vez son casos de aquello que se quiere ilustrar. Aquí no hay – como en el caso de la metáfora – distintos dominios que hay que relacionar para lograr la comprensión.
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