Individuo y sociedad

Pörksen: Quizás serla bueno aplicar esta actitud terapéutica que usted propone, al concepto de la resistencia difundido en tantas corrientes terapéuticas. ¿Qué significa cuando un terapeuta diagnostica resistencia en su cliente? El cliente se niega, según se dice, a mejorar, oponiéndose al camino de sanación, bloqueando los efectos positivos de la intervención terapéutica.

Maturana: Calificando de resistencia una situación en la que un ser humano restringe su radio de percepción para no ver lo que otro quiere mostrarle, uno está trabajando con asignación de culpa y un reproche: la conducta en cuestión es condenada y tachada de negativa. A la inversa, también podría decirse que uno como terapeuta, si detecta resistencia, por lo visto aún no ha desarrollado aquella forma de escuchar que permita al otro mostrarse con sus temores y revelar su propia epistemología fundamental. En cambio, cuando uno percibe que alguien se resiste porque simplemente tiene miedo, desarrolla otra sensibilidad y comprensión para la legitimidad de esa conducta. Como uno puede darse cuenta entonces, lo que el otro hace no va dirigido contra la propia persona.

Pörksen: El mundo psicoterapéutico sigue regido por una distinción central: la diferencia entre individuo y sistema y los procedimientos que parten del individuo o del contexto. El nombre de Maturana sin duda se relaciona con la terapia sistémica donde no sólo se invita a la sala de terapia al individuo que necesita ayuda, sino que eventualmente también a sus padres, hermanos, al abuelo o compañeros de edad. Mi pregunta ahora es: ¿privilegiarla usted siempre un enfoque que se oriente por el sistema?

Maturana: Por lo menos me parece que un enfoque sistémico siempre es necesario porque cada acción está inserta en una dinámica relacional. Mientras usted y yo estamos aquí conversando, no estamos presentes sólo nosotros dos, sino que también nuestras familias, nuestra cultura, nuestro país de origen y nuestra lengua materna están presentes en nuestros diálogos. Cada uno de nosotros carga con toda una trama relacional, dentro de la cual nuestro modo de pensar, hablar y actuar tiene su sentido. Eso significa que a pesar de que nuestro encuentro pueda ser de naturaleza netamente personal, ambos inevitablemente formamos parte de una dinámica sistémica. Sin la conciencia de la fuerza determinante de la cultura, nos falta la capacidad de reflexión que nos permita determinar lo que hacemos (por nuestras propias decisiones) y lo que sólo pasa a través de nosotros (por nuestro origen). Recién la conciencia de estas improntas crea la oportunidad de liberación.

Pörksen: Según usted, el alcance de estas improntas es bastante amplio, ya que habla del poder de las convenciones culturales. Esto me parece muy decidor porque siempre me he preguntado por qué los terapeutas sistémicos, por lo general, deciden dirigir su mirada solamente a los parientes más cercanos y no a la sociedad que los rodea o incluso a las estructuras de un estado o a toda una cultura. Y me he preguntado por qué esto es así, porque obviamente no nos marcan sólo nuestras madres y padres y hermanos. La única razón que se me ocurrió fue que a las culturas no se les puede mandar la cuenta.

Maturana (ríe): Podría ser, aunque serla perfectamente posible hacer visibles las influencias culturales y después mandarle la cuenta a aquel que esté dispuesto a pagar por este servicio y con eso asegurar el sustento del terapeuta. El dolor que se revela en una terapia - como mostró muy claramente la orientadora familiar chilena Ximena Dávila Yáñez - siempre es culturalmente condicionado: surge en una cultura patriarcal donde reinan la desconfianza, las exigencias de propiedad y una negación permanente de otros seres humanos. Quien no es escuchado o visto en su relación de pareja o en su trabajo, quien no tiene presencia en su espacio vital, vive este rechazo velado de manera inmensamente dolorosa.

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