INTRODUCCIÓN

La existencia humana se realiza en la cotidianeidad. Esta afirmación parece banal y de hecho es banal. Si a pesar de eso la hago, es para resaltar que todas nuestras actividades, sencillas o sofisticadas, académicas o artesanales, simplemente aparecen como expresiones de nuestra vida cotidiana, vale decir, lo único que las distingue de nuestros quehaceres domésticos es que los espacios relacionales y operacionales donde ocurren tienen características especiales, y perseguimos con ellos metas, fines y deseos específicos. Este libro es una reflexión acerca de lo que hacemos cuando hacemos lo que hacemos, y de cómo las distintas ideas se han desarrollado en el día a día de mi propia vida, mientras trataba de entender cómo vemos, cómo oímos... y en general, cómo podemos conocer lo que reivindicamos conocer. Fui un niño normal y viví una vida normal, aunque quizás me distinga un poco de los demás en el sentido de que las preguntas que me planteé de niño o siguen determinando mis tareas cotidianas hasta el día de hoy. Entonces, al insistir en estas preguntas las viví como aspectos de mi cotidianeidad que quería responder con los medios de mi cotidianeidad. Eso no fue trivial. De alguna manera nunca me interesaron las cuestiones de esencia, nunca quise saber cómo son las cosas en sí, sino que quería descubrir cómo llegaron a ser lo que son. Me gustaba fabricar mis propios juguetes, subir a los árboles y escuchar los distintos sonidos de los distintos insectos. Amaba los insectos, cangrejos, plantas, animales en general, y con entusiasmo coleccionaba los duros remanentes de sus cuerpos para descubrir cómo estaban emparentados y adaptados a sus distintos modos de vida. Me gustaba moverme, saltar, caminar y correr, y así aprende a conocer mi cuerpo y los distintos mundos en que existía, y cómo estos surgían a través de mis movimientos, y cómo los gozaba en todo lo que hacía. Me sentía como los insectos y cangrejos que tanto me gustaba observar y cuyos esqueletos investigaba para entender cómo se movían debido a su modo de vida. Vivía en el hacer, veía en el hacer, pensaba en el hacer. Eso simplemente me sucedía. Como hijo de mi cultura, al mismo tiempo vivía en un mundo que sucedía a mí alrededor y que existía de forma autónoma e independiente de mí.

Este libro refleja la historia de un cambio metafísico en mi pensar, en mi sentir y en mi concepto de la vida y de los mundos en que vivo. Sin embargo, este libro no contiene la historia de las reflexiones de un filósofo ni la historia de los emprendimientos de un científico, sino la historia de algunos aspectos de la investigación experimental así como las reflexiones filosóficas de un biólogo que se interesa por entender el vivir, el percibir y el conocer como características del permanente flujo vital de los seres vivos en general y del ser humano en especial. Por lo tanto, si bien este libro no contiene la historia de una búsqueda científica, sí relata la historia de la ampliación de nuestra comprensión del vivir y hacer humanos que comienza cuando un biólogo acepta como hecho de su experiencia cotidiana, que todo lo que hacen y experimentan los sistemas vivos en general, y los humanos en particular, ocurre en el proceso de realización de sus vidas como sistemas vivos. Y eso significa que, consecuentemente, este biólogo llega a la conclusión que el vivir, el conocer y la conciencia son fenómenos biológicos que como tales pueden ser explicados a través de las características de las coherencias de los seres vivos, sin necesidad de otros supuestos adicionales. Nuestra cultura actual patriarcal-matriarcal parte de un concepto metafísico implícito — a veces también explícito — según el cual toda existencia presupone necesariamente un ser y entidades independientes de nuestro hacer como humanos. Yo llamo metafísica de la realidad trascendental 1 a este enfoque metafísico o postura fundamental de reflexión de nuestra cultura patriarcal-matriarcal.

Para nuestra cultura patriarcal-matriarcal lo central es la división entre ser y parecer, y la pregunta dominante es acerca de lo que realmente es, y no de qué hacemos cuando afirmamos que algo es. Nuestra vida en esta cultura consiste en la búsqueda de nuestro ser esencial, nuestro verdadero yo. Una búsqueda que permanentemente prueba ser fútil porque al mismo tiempo hemos

1 Para Humberto Maturana son trascendentales las teorías del conocimiento y conceptos AUFFASSUNGEN cotidianos que presuponen la posibilidad de una existencia del mundo — cosas y objetos, procesos y relaciones — independiente del observador. Los representantes de estas posturas opinan que ellos mismos estarían en condiciones, al menos en principio, de conocer las GEGEBENHEITEN objetivas. (B.P.)

aceptado a priori que estas preguntas, en el ámbito de nuestra cotidianeidad donde hacemos todo eso que hacemos, no tienen respuesta. Por lo tanto, nos vemos obligados a caer en un escepticismo total en cuanto a la posibilidad de entendernos como sistemas vivos autoconscientes que viven en el lenguaje. O, como seres vivos, nos sentimos forzados a adoptar una especie de pensar teológico para justificar nuestra existencia biológicamente inexplicable.

Este libro muestra cómo renuncié a una postura metafísica de nuestra cultura que consiste en presuponer naturalmente la existencia de una realidad independiente de nosotros como fundamento trascendental de todo lo que sucede. Lo hice basado en la comprensión que esta postura es imposible de defender por que en nuestra experiencia cotidiana no recibe ningún apoyo operacional. En vez de hacer preguntas como «qué es conocer?» o «, qué es la conciencia?» y suponer que la respuesta puede ser hallada sólo si al enfocar y desarrollar nuestras ideas buscamos apoyos adecuados en el mundo exterior, empecé a hacer preguntas diferentes, del tipo ¿cómo podemos hacer lo que hacemos cuando hacemos lo que hacemos como seres humanos?» o «,cómo conocemos lo que reivindicamos conocer?» o «cómo operamos como observadores cuando en algún dominio hacemos la distinción que hacemos?».

Estas preguntas partían de la base que las respuestas admisibles tendrían que ver con la forma del operar fáctico de los sistemas vivos. Con eso aceptaba explícitamente que todos los conceptos e ideas que yo usaría para responderlas, serían deriva dos de las coherencias de mi vida como un sistema vivo, sin introducir ningún supuesto trascendental en el proceso. El hecho de plantear la cuestión de esta manera significó renunciar de hecho a las posturas metafísicas implícitas o convicciones aprióricas de una cultura que presupone la existencia de una realidad trascendental como fundamento necesario de toda existencia, y con ello también como fuente de validación de todo lo que hacemos o podemos hacer. Además, el hecho de formular mis preguntas (por ejemplo, «¿cómo podemos hacer lo que hacemos?») en el marco de mi postura especifica, significa que estas preguntas pueden tener respuesta justamente porque están planteadas dentro del dominio en el cual los seres humanos como sistemas vivos hacen lo que hacen. Una postura metafísica que declara la esencia del ser como trascendental, necesariamente deriva en una actitud que rechaza al cuerpo como el fundamento del conocer humano, del entender humano y de la conciencia humana, y genera una teoría del conocimiento en la cual el cuerpo molesta y estorba. En cambio, una postura metafísica que no se basa en el supuesto apriórico de la existencia de una realidad trascendental, no se ocupa de entidades, sino que acepta que todo lo que un ser humano hace, surge de su dinámica corporal en el proceso de conservación personal/autopoiesis en interacción con un medio adecuado. Partiendo de esta postura metafísica, el cuerpo y la dinámica corporal son reconocidos por el observador como fundamento de todo el hacer humano, y el observador formula las preguntas antes mencionadas siguiendo el modelo general de «¿cómo hacemos lo que hacemos?», plenamente consciente del hecho que nuestra existencia como seres humanos opera en nuestro espacio relacional y en la realización de nuestra dinámica corporal. Y por cierto, esta aceptación implícita y explícita del hecho que como seres humanos existimos gracias a la permanente conservación de nuestra vida humana por medio de nuestra dinámica corporal, es la comprensión fundamental que lleva a renunciar a la metafísica de la realidad trascendental y a adoptar una nueva metafísica, cuyo punto de partida para toda explicación o argumentación racional es el reconocimiento de que somos sistemas vivos y que todo lo que hacemos lo hacemos en la realización de nuestra vida. Desde el punto de vista de esta metafísica, nuestra biología es la condición de nuestra posibilidad. Y de hecho no puede ser de otra manera porque el observador desaparece en el mismo instante en que se destruye su corporalidad.

Un ejemplo: La metafísica de la realidad trascendental

¿Qué es eso? – Una mesa. - Y cómo sabes que es una mesa? – Lo sé porque la veo. – Y ¿cómo puedes verla? — Puedo verla porque está ahí y tengo la capacidad de ver lo que hay.

Esta reflexión se basa en un principio de explicación apriórico, el cual dice que algo puede ser distinguido porque es independiente del observador, y que es independiente del observador porque es real. Además, esta reflexión se basa en el su puesto implícito de que más allá de mí existe una realidad autónoma que es la base de todo lo que yo puedo hacer, lo que incluye la lógica que valida esta afirmación. Según esta postura meta física, una afirmación es universalmente válida en relación con algo que es independiente de lo que hace el observador. Una postura metafísica se configura con toda naturalidad como algo implícito en la educación cultural de un niño, en su calidad de marco legitimatorio espontáneo que es vivido como base de validación absoluta de todo lo que en esa cultura pasa por cosa sabida indiscutible o como un fundamento lógico. Normalmente no se reflexiona acerca de este marco y si surgen dudas acerca de su validez, la base de la validez de la respuesta por lo general es justamente aquello que se quería examinar críticamente. Por lo tanto, si se quiere reflexionar sobre la validez de una postura metafísica hay que renunciar totalmente a la certeza implícita relacionada con la pregunta «qué es conocer?» y con la forma de responderla. Eso es exactamente lo que yo constaté (a saber, en mis estudios neurológicos de la percepción visual), todavía sin estar consciente, en un primer momento, de lo que estaba haciendo cuando me pregunté: « ¡Qué es ver?» Lo entendí mientras trataba de contestar la pregunta observando los procesos biológicos donde la visión se constituye como una dinámica relacional de organismo y medio en el dominio del operar del sistema nervioso del observador en el acto de observar. Esta forma de proceder, rápidamente me hizo entender que debía abandonar la idea de un observador existente como entidad óntica u ontológicamente autónoma. Al mismo tiempo me di cuenta que la pregunta que había formulado se refería a mi propio operar, como también los instrumentos usados en la explicación.

Tuve que explicar al observador (yo mismo) y el observar (mi acto de observar) como observador que observa, y tenla que hacerlo sin ninguna suposición ontológica previa sobre el observar, y bajo la condición que el observador surge de su operar como observador y precisamente no existe antes de su propia distinción. La tarea que emprendí era una tarea circular; quería explicar qué es lo que pasa en esa extraña circularidad, sin salir de ella (quería explicar el conocer a través del conocer). Por lo tanto, tenía que explicar todo lo que hacemos los seres humanos a través de lo que hacemos, y no mediante la referencia a un dominio existencial independiente de nosotros. Y todo eso me motivó a investigar el vivir, el explicar, el lenguaje, las emociones, y el origen de nuestros seres humanos. Hice un viraje metafísico, pasando de la metafísica tradicional que postula que el mundo vivido por nosotros ya existe antes de que nosotros lo vivamos, a una metafísica donde el mundo que vivimos recién comienza a existir cuando lo creamos a través de nuestro hacer.

Con este viraje abandoné una postura metafísica para la cual el observador existe a priori como entidad trascendental perse, y dispone de los correspondientes instrumentos trascendentales de explicación y reflexión. En cambio, yo tomé la postura que el observador empieza a existir recién a partir de la distinción de sí mismo, vale decir cuando hace del dominio de su quehacer cotidiano el punto de partida de sus reflexiones. De hecho, ya había dado este viraje metafísico mientras trabajaba en la explicación del modo de operar del sistema nervioso, aún sin estar consciente de que naturalmente asumía, en cuanto a mi propio actuar, que como observador en búsqueda de una explicación no podía existir independientemente de la distinción de mí mismo como observador en la realización de mi observar.

Ejemplo: La metafísica de la realidad que se va configurando

El animal que ves allá es un caballo. — ¿Y cómo sabes que es un caballo? — Sé que es un caballo porque observo en él todas las características de un caballo. — ¿Y cómo sabes que todas las características que puedes reconocer son las características de un caballo? — Lo sé porque las he visto en otros caballos. - ¿Y qué es un caballo? — Es un animal al que todos los que conocen caballos llaman caballo porque presenta las características de aquellos animales que se llaman caballos. — Pero esa es una argumentación circular. — No, es la demostración de la operación circular que constituye la validación de una distinción en el ámbito de un observador cuando opera como ser humano.

Esta postura metafísica no contiene ningún supuesto ontológico, y el observador es libre en cada momento de reflexionar críticamente sobre los fundamentos de su manera de explicar y su proceso de validación. De acuerdo con esta postura metafísica, una declaración es universalmente válida en todos los dominios cuyos criterios de validez cumple. Con esto di un giro metafísico fundamental, y al principio no sabia bien lo que me es taba pasando. Era un biólogo, un científico que buscaba explicar la percepción y el conocer como fenómenos biológicos, y no quería que en la formulación de mis explicaciones se perdiesen los procesos o fenómenos biológicos a explicar. Por eso, en mi operar como sistema vivo humano me ocupé especialmente de las coherencias en mis acciones y reflexiones. Tenla claro que al mismo tiempo de dedicarme a la biología estaba haciendo filosofía, por lo menos en el sentido en que todos filosofamos cuan do reflexionamos sobre los fundamentos de nuestro hacer. Pero no me gustaba hablar de filosofía porque no quería despertar en mis colegas ninguna duda frente a la calidad de mis trabajos científicos. Recién cuando mi colega Ximena Dávila Yáñez, cofundadora de mi Instituto Matríztico para el Estudio de la Biología del Conocer y Biología del Amar, me dijo que pensaba que yo había creado una nueva metafísica, tomé conciencia cabal de que en realidad lo había hecho. Y me di cuenta que a partir de ahí tenía que reconocer explícitamente que no practicaba solamente biología sino que también filosofía. Estoy agradecido de Ximena Dávila Yáñez no sólo por haberme aclarado eso, sino también porque sus reflexiones ampliaron el horizonte de mi entendimiento.

La separación entre las ciencias y la filosofía es el resultado de una clasificación artificial, y esta separación de reflexión y acción limita la comprensión de lo que hacemos como seres humanos en nuestra vida real y perjudica nuestro entendimiento de los distintos mundos que generamos en nuestro vivir, como también el entendimiento de todo lo que pasa con nosotros y dentro de nosotros cuando vivimos estos distintos mundos. Y esto ocurre porque al separar ciencias y filosofía nos privamos de la posibilidad de reflexionar adecuadamente sobre los supuestos de nuestro quehacer. Como científicos creemos que estas re flexiones son irrelevantes porque sólo cuentan los hechos, y como filósofos creemos que necesitamos verdades últimas, y no una pragmática de hechos materiales. La palabra filosofía de la naturaleza ya expresa mejor lo que científicos y filósofos buscan hacer una vez que empiezan a escucharse y a mirar lo que están haciendo, en un espíritu de respeto mutuo y no de desvalorización mutua. Todo nuestro hacer humano opera en nuestra cotidianeidad, y si no reconocemos y aceptamos que esto es así, no podemos apreciar correctamente cómo nuestra existencia biológica como sistemas vivos que convivimos en el lenguaje puede generar algo que ninguna técnica habría podido generar sin la participación creativa de seres humanos, por la sencilla razón que la técnica es un producto de entidades biológicas humanas. Además, tal entendimiento sería imposible sin el viraje metafísico descrito en este libro, porque estaríamos presos en una búsqueda interminable de una verdad trascendental que consideramos a priori como fundamento ontológico, y por tanto, origen de todo lo que sucede en nuestro vivir y pensar, pero que no es ni puede ser operacional en nuestra vida.

El hacer de nuestra vida cotidiana es primario en el sentido que – nos guste o no – constituye el punto de partida de todo lo que hacemos y sobre lo que reflexionamos. Explicamos nuestra vida mediante las coherencias de nuestra vida. Sin embargo, con eso no se crea una argumentación circular, porque una explicación no sustituye lo que explica. Las explicaciones representan tan sólo lo que tiene que pasar para que pueda surgir lo que se está explicando. Por lo tanto, las explicaciones del observador y del observar no sustituyen ni al observador ni al observar, solamente muestran qué procesos son necesarios para que puedan aparecer un observador y su operar en el observar. Y del mismo modo muestran cómo surgen el observador y el observar cuando están dadas las condiciones necesarias para su surgimiento y operación. Sobre la base del viraje metafísico que nos ancla en el dominio de las coherencias operacionales de nuestra vida (y todo lo que hacemos, sea lo que sea, lo hacemos en nuestro operar como sistemas vivos), es posible por lo tanto que todo lo que hacemos a través de las coherencias de nuestras vidas pueda ser explicado sin ningún presupuesto ontológico. En una explicación científica, el observador explica sus experiencias con las coherencias de sus experiencias, casi siempre sin estar consciente de las implicancias metafísicas de su hacer. Sí, los científicos a menudo afirman que sus explicaciones estarían apoyadas por leyes que reflejan las coherencias de la naturaleza como un dominio objetivo de procesos que es fundamentalmente independiente de todo lo que hacen, y no se dan cuenta que las leyes de la naturaleza son abstracciones de las coherencias operacionales de su propia vida.

Como niño tuve la suerte, sin darme cuenta, de crecer como una especie de filósofo de la naturaleza, fascinado por la belleza de los seres vivos y deseoso de entender su arquitectura dinámica espontánea. Tuve la suerte de hacerlo guiado por un sentimiento espontáneo de empatía con la arquitectura dinámica de lo vivo, porque yo mismo nunca me consideré diferente de los seres maravillosos que veta. Pero quizás en este sentido tampoco fui tan diferente de los demás niños, porque encontraba que era tan curioso como ellos, lo que a su vez fue un regalo que me permitió, durante mí desarrollo, seguir siendo completamente yo mismo y aceptar lleno de respeto lo que iba siendo de mí.

Por último quiero agregar que, si bien mi giro metafísico en algunos aspectos puede parecerse a la filosofía oriental, se distingue fundamentalmente de esta. La filosofía oriental se basa en la distinción entre lo eterno y lo efímero y nos invita a tomar el camino de la liberación de lo efímero para recuperar el eterno divino que todos poseemos. En la filosofía oriental lo efímero es una ilusión que debe ser superada. De acuerdo con el viraje metafísico que yo di, o sea la postura metafísica fundamental de creación de realidad, nosotros, los sistemas vivos en general y nosotros los seres humanos en especial nos configuramos en el dominio de lo efímero, donde lo trascendental es una idea sobre la cual no podemos decir nada porque cada experimento ad hoc lo niega y nos remite al dominio de nuestra cotidianeidad don de lo trascendental no existe. Pero eso no tiene importancia, porque todo lo que es bueno en el vivir humano pertenece al dominio de lo efímero, y porque justamente en este dominio es donde existe el amor como el fundamento de nuestro ser humano y fuente de nuestra dicha.

En este lugar quiero expresar mis agradecimientos y reconocimiento a mi esposa Beatriz Gensch por las muchas conversaciones que hemos tenido sobre preguntas de estética, filosofía y vida espiritual. Conversaciones que han ampliado mi entendimiento, enriquecido mi vida diaria en todas sus dimensiones y me han brindado alegría y satisfacción en todo lo que hago. Pero sobre todo quiero decir agradecido que fueron estas conversaciones con Beatriz las que me permitieron, como científico, hablar sin reservas del amor.

Humberto Maturana Romesín

Santiago de Chile, febrero de 2002

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