En el principio era la distinción

Pörksen: ¿Cómo puede estar tan seguro de que no existe nada sin el observador? Una afirmación así podría entenderse e interpretarse como presentación de una nueva verdad, con lo que estarla contradiciéndose a sí mismo.

Maturana: No se trata de una nueva verdad, sino que con la concentración en el observador y en la operación del observar, quiero presentar un tema de investigación y a la vez bosquejar una manera de enfocarlo. Tenemos que darnos cuenta que la idea de algo dado y existente, la sola referencia a una realidad o verdad – cualquiera que sea – inevitablemente requiere lenguaje. No importa lo que queramos decir sobre esta verdad o realidad, no podremos hacerlo sin lenguaje. Lo que supuestamente existe independientemente de nosotros sólo es descriptible mediante el lenguaje, aparece recién en un acto de distinción lingüística. E incluso cuando uno está meditando y cree estar en un estado de conciencia pura, tiene que confesarse que también la reflexión sobre este estado pasa por el lenguaje.

Pörksen: ¿Quiere decir con eso de que no podemos escapar del lenguaje y jamás saldremos del universo de lo lingüístico?

Maturana: El lenguaje no es una cárcel sino una forma de existir, un modo de convivir. Cuando alguien dice que no puede escapar del lenguaje, normalmente piensa que por ahí debe haber un lugar, un lugar más allá del lenguaje, quizás por siempre inalcanzable, pero existente al fin. Este supuesto no lo comparto ya. No tiene sentido, si uno vive en el lenguaje, reflexionar sobre un mundo más allá del lenguaje. Basta pensar en la pregunta análoga: "Si todo es parte del universo, ¿puedo salir de él?" La respuesta debe ser: "Donde yo vaya estará el universo. Va con migo"

Pörksen: En ese caso, su concepto clave del observador no me parece una elección muy feliz. Cotidianamente hablando, se trata de un concepto de separación: alguien observa, guarda distancia y afirma indirectamente la propia neutralidad. ¿No serla mejor entonces no hablar de un observador sino de un participante? Este está inseparablemente unido al mundo que lo rodea.

Maturana: A mí, el concepto del observador no me complica para nada, porque en nuestra vida diaria nos expresamos de una manera que permanentemente sugiere que las cosas que manipulamos y percibimos tienen una existencia independiente de nosotros. También de nosotros mismos hablamos como si estuviésemos separados de nosotros, como si pudiésemos observarnos desde algún lugar externo. O sea que el observador es alguien que distingue algo – incluso la propia persona – como si fuera separable de él. Entonces, tenemos que explicar también esta experiencia.

Pörksen: ¿Le entiendo bien? ¿El objetivo es también entender por qué percibimos algo como separado de nosotros?

Maturana: Exactamente, y por eso no me gusta la sugerencia de hablar de participante. Tiende a confundir, porque el concepto de participación ya contiene una explicación y una res puesta lista que sólo permite preguntar cómo se configura la presunta participación. La mesa y silla en esta sala, mi chaqueta, la bufanda que llevo, todas esas cosas parecen como si tuviesen una existencia autónoma; supuestamente estoy fuera de la situación dada, separado de ella. Vale decir que el observar es una experiencia que trata también de la existencia supuestamente separada de las cosas. Y el problema que se plantea es: ¿De dónde sé que todas esas cosas están ahí? ¿Qué tipo de afirmación hago cuando digo que el mundo que se despliega ante mis ojos existe independientemente de mí?

Pörksen: Por lo tanto, usted parte de la experiencia de la separación para llegar a la comprensión que inevitablemente tomamos parte en la construcción de nuestra realidad de cada momento, y que estamos ligados precisamente a esta realidad.

Maturana: En el principio está la experiencia de la separación que se transforma en la comprensión de estar íntimamente ligados. Pero por supuesto que no soy parte del objeto que des cribo; cuando señalo el vaso que está en esta mesa, no soy parte del vaso. Pero la distinción del vaso tiene que ver conmigo; soy yo quien lo describe y quien utiliza esta distinción. Dicho al revés:, si yo u otro no hacemos esta distinción, no existe la entidad concreta o conceptual que es acotada y destacada de su fondo precisamente mediante esta distinción.

Fig.1: El Árbol del Conocimiento: Nada de lo que le sucede a un ser vivo es independiente de él. (Dibujo de Marcelo M. Maturana)

Pörksen: La distinción que uno hace sería entonces algo así como el big bang del conocimiento, el punto de partida de una construcción de realidad: para poder ver algo, primero hay que distinguir algo.

Maturana: Así es. Sólo existe lo que se distingue. Pero si bien se distingue de uno mismo, está ligado a la propia persona precisamente por la operación de distinción. Cuando distingo algo, lo distinto aparece conjuntamente con un trasfondo donde justamente esta distinción hace sentido. También genera el dominio en el cual tiene presencia.

Pörksen: ¿Podría precisar más con un ejemplo?

Maturana: Imagínese la situación siguiente: Es de noche y asiste a una fiesta, conversa con algunos conocidos, y de repente alguien le toca el hombro. Se da vuelta y reconoce a un amigo que no ha visto en muchísimos años. Parece haber salido de la nada. "Oh", dice usted, "qué haces tú aquí?". Le pregunta de dónde llegó, quién le invitó, cómo vive, etc. Vale decir que establece una historia, un dominio relacional, un trasfondo que da significado a esta aparición. Con lo que la repentina aparición de la nada pierde su horror.

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