Encuentro con Pinochet

Pörksen: Supe que usted una vez se encontró con Pinochet. ¿Quiere contarme algo acerca de las circunstancias de ese encuentro?

Maturana: Un día, en 1984, recibí una carta con el sello del presidente. Se trataba de una invitación a un almuerzo con Pinochet que, como me enteré después, les Llegó también a otros miembros de la facultad. Algunos opinaban que de ninguna manera podíamos rechazar la invitación y otros nos advertían que mejor no asistiéramos a la comida, pero sin embargo yo opté por ir. Mi madre me rogó encarecidamente no olvidar que tengo una familia y le prometí que no lo haría. Cuando finalmente llegué al palacio presidencial, me di cuenta que en total nos habíamos juntado ahí unos 85 profesores. Estuvimos de pie un rato, conversando y preguntándonos por qué nos habrían citado. Y entonces apareció Pinochet. Alguien que lo acompañaba le iba diciendo nuestros nombres a medida que nos daba la bienvenida. Cuando Llegó mi turno de saludar a Pinochet, me acordé de mi hijo mayor que había dicho que jamás le daría la mano a Pinochet. Y ahí estaba yo apretándole la mano a ese hombre. Después pasamos todos a comer a un salón enorme y magníficamente decorado. Apenas nos habíamos sentado, Pinochet volvió a pararse, alzó su copa de vino y dijo: "¡Brindemos por nuestra patria!". Y todos nos pusimos de pie, brindamos, volvimos a sentarnos y comimos la exquisita comida que nos sirvieron en una elegante vajilla de porcelana, fabricada especialmente para el Presidente de la República.

Pörksen: Ahí estaba usted sentado junto a un hombre que mantenía una policía secreta que sembraba el terror, que era responsable de la desaparición de numerosos adversarios del régimen, y que hacia torturar.

Maturana: Así fue, exactamente. Antes del postre, Pinochet, de quien yo estaba a pocos metros, volvió a hablarnos: "Damas y caballeros", decirle, "este encuentro tiene como único fin conocernos. Pueden estar muy tranquilos. No habrá exigencias de ningún tipo". Volvió a sentarse, y en ese momento yo tomé mi copa, me levanté y dije: "Damas y caballeros, ¡también yo quiero brindar con ustedes por nuestra patria!". De repente se hizo un silencio sepulcral, se podía sentir el pavor de los asistentes, su sobresalto y su miedo repentino. Pinochet me miró y se inclinó un poco hacia delante. "Hoy estamos reunidos aquí en compañía del presidente", continué "y eso es un acontecimiento poco frecuente bajo cualquier gobierno. Por eso quiero aprovechar la oportunidad de brindar con ustedes y con el presidente por que todos los que estamos aquí reunidos, aportemos a la libertad intelectual y autonomía cultural de nuestra patria Chile". Bebí mi vino, Pinochet se reclinó hacia atrás y aplaudió cuatro veces. Todos los presentes aplaudieron cuatro veces. Un amigo se inclinó hacia mi y susurró: "Muchas gracias, estuvo bellísimo". Y se reanudaron las conversaciones.

Pörksen: El dictador no entendió lo que usted dijo.

Maturana: Un momento, la historia no termina ahí. Apenas nos habíamos servido el postre, todos pasamos a otra sala. Un amigo, físico en la universidad, me dijo que Pinochet estaba sólo y que nos acercáramos. Primero no quise, pero insistió y finalmente fui con él donde Pinochet quien estaba parado ahí con uno de sus generales. "Señor presidente", dijo mi amigo, "tengo el agrado de presentarle al profesor Maturana, un biólogo muy renombrado". Nuevamente estreché su mano, y me dijo: "Comparto sus buenos deseos para este país". "A dios rogando", contesté, "y con el mazo dando". Es un refrán español que significa más o menos: Quien reza por algo a Dios, también tiene que actuar de manera acorde; solamente rezos y buenos deseos no son suficientes. Realmente fue una situación de locos: ahí estaba Pinochet diciéndome que concordaba con mi nostalgia de libertad intelectual y autonomía cultural. Porque toda su política apuntaba exactamente en la dirección opuesta. Quería hacer que este país dependiera de otros para poder sofocar inmediatamente cualquier rebrote de comunismo con ayuda de sus aliados.

Pörksen: Conversó con un hombre a quienes muchos consideraban bastante limitado. Salvador Allende, quien fue el responsable de poner a Pinochet en la posición de poder desde donde pudo dar el golpe, dijo una vez que el hombre era "demasiado estúpido como para engañar a su propia mujer".

Maturana: Un craso error de juicio. Nadie llega a general en ningún ejército del mundo si realmente le falta la inteligencia necesaria. Podrá ser fanático, rígido e ideológico, pero de tonto no tiene un pelo.

Pörksen: ¿Cree que Pinochet le entendió?

Maturana: Me entendió perfectamente. Lo decisivo fue que no lo traté como a un superior, sino que de igual a igual, como a otro chileno. Era para mí el presidente que nos acompaña, alguien que deberla contribuir a esa grandiosa tarea que es conservar la libertad intelectual y autonomía cultural del país. Era parte de nosotros, y no tuve la intención de ofender, de ninguna manera.

Pörksen: Reinterpretó la relación entre el gobernante y sus súbditos.

Maturana: Así se puede decir. Y al mismo tiempo tomé la fórmula introductoria de su brindis. Yo también brindé por nuestra patria común.

Pörksen: Eso me parece muy notable. Usó la lógica intrínseca de un sistema cerrado para penetrar en él y cambiarlo. Sabia que patria era una buena palabra para hacerlo.

Maturana: Exactamente. Por supuesto que no se puede impresionar a un Adolfo Hitler con un brindis que habla de los judíos e invita a respetarlos. También hay que saber que en una situación así, nada se logra con ofensas. El que no ve o no entiende eso, está completamente ciego.

Pörksen: Pero significa que – dicho de manera más general se puede aprovechar subversivamente la lógica intrínseca de un sistema.

Maturana: Esta orientación por la lógica propia del sistema funciona hasta donde el significado o también la reinterpretación de lo dicho no pueden ser leídos como un desprecio del sistema. Por supuesto que cualquier ofensa (según el lema: "¡Usted es un dictador de mierda!") sería una estupidez de proporciones, porque a Pinochet no le habría quedado otra que reaccionar frente a ella. Justamente por eso me cuidé mucho de no provocarle, sino de apelar a una visión común: difícilmente podia tener algo en contra del compromiso con nuestro amado país.

Pörksen: ¿Cómo terminó la reunión?

Maturana: Mientras todavía estábamos conversando, se acercó otro científico y se dirigió a Pinochet de un modo sumamente sumiso. Inmediatamente éste se puso firme, volvió a ser el dictador, y le respondió bruscamente: ", ¿Qué quiere?" Con esta forma de sumisión yo no quería tener nada que ver y me alejé. Al momento de retirarse, Pinochet pasó por mi lado, me tocó el brazo y dijo "chao", y yo dije "chao". Diría que me trató como a un chileno en igualdad de condiciones, porque – sin ser arrogante – no me había sometido ni le había dado poder.

Pörksen: ¿Volvió a verlo alguna vez?

Maturana: No, nunca. En la noche después de ese almuerzo recibí dos tipos de llamadas: algunos fuera de sí porque según ellos nos había puesto en peligro a todos, y otros me llamaban para agradecerme. Un colega, también un profesor, me dijo que con aquel brindis les habla devuelto su dignidad.

Pörksen: Me siento tocado por esta experiencia, porque demuestra que siempre hay grados de libertad, si se quiere: vacíos que el individuo puede aprovechar de distintas maneras. Al mismo tiempo creo que una conducta así requiere inevitablemente talento y presupone inteligencia.

Maturana: Una conducta así no es cuestión de inteligencia, no. Probablemente se necesite una cierta dosis de sabiduría basada en una percepción lo más desprejuiciada e imparcial posible. Si uno se acerca a un dictador como él con la rigurosa conciencia de tener frente a sí a un terrible idiota y criminal, uno se comportará de una manera determinada. Por supuesto que este hombre es un criminal. No cabe duda. Y por supuesto que si uno escucha lo que está diciendo en este momento, parece totalmente ciego frente a su propia responsabilidad, los sucesos en Chile y los horrores de la dictadura. Pero si uno parte solamente de ese juicio, no será capaz de ver al hombre en su propio encierro, en sus conflictos psicológicos y en su patriotismo (mal que mal motivado por un sentido de responsabilidad), y al momento de hablar con él no podrá dirigirse a ese hombre.

Pörksen: Entretanto, los años de dictadura han pasado definitivamente a la historia. Ya en 1989 hubo nuevamente elecciones libres en Chile y actualmente el país está luchando por enfrentar adecuadamente su pasado reciente. Si ahora – Pinochet entretanto es un anciano proscrito a nivel mundial, pero también venerado por no pocos chilenos – se diese la oportunidad de un nuevo encuentro, ¿qué le diría hoy?

Maturana: Le aconsejaría actuar como Bernardo O'Higgins, el gran luchador por la libertad de Chile. Cuando un día le enrostraron públicamente haberse convertido en un tirano, contestó a la muchedumbre enardecida: "Lo que hice, lo hice confiando en que sería en beneficio de nuestra patria. Si el dolor que he causado sólo puede ser mitigado con mi sangre, estoy dispuesto a morir". En definitiva, O'Higgins no fue ejecutado, sino que salió al exilio en 1823. Estuvo dispuesto a aceptar la responsabilidad por sus actos y enfrentar el juicio de los demás. Exactamente eso es lo que Pinochet nunca hizo. Sigue alegando su inocencia, y ese es su mayor crimen.

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